Pequeños viveros, huertos y jardines especialmente diseñados y adaptados, son los escenarios del trabajo laborioso y delicado de los usuarios que eligen los talleres de jardinería, tanto en Centros de Día ocupacionales como en residencias.
La horticultura y la jardinería se usa como terapia y como herramienta educativa y socializadora. Se utiliza el valor rehabilitador que ofrecen las plantas y la naturaleza. El trabajar en un entorno al aire libre, disminuye los niveles de estrés y fatiga mental. Se convierte en un vehículo para desarrollar o recuperar la autonomía personal. Integra el aprendizaje de habilidades básicas, mejorando el funcionamiento físico y cognitivo, abordando habilidades sociales, incorporando hábitos de vida saludables, aprendizaje del uso del dinero, etc. siempre teniendo en cuenta las necesidades individuales de la persona.
Teniendo presente que a las personas con discapacidad intelectual les cuesta más que a los demás aprender, comprender y comunicarse, pertenecer a estos talleres supone un importante esfuerzo. Su trabajo adquiere un valor aún mayor. Asumen el reto que se les propone y adquieren un compromiso de realización personal. Hacen un importante esfuerzo para alcanzar una vida lo más autónoma y normalizada posible.
Quien siembra, recoge…
Tras ver cada semana como va creciendo y disfrutar de esa etapa de ilusión e incertidumbre, una vez que el producto ha llegado a su momento de madurez: tomates, berenjenas, calabacines (en esta época estival) o plantas ornamentales listas para decorar, salen por pequeños grupos y acuden a otros talleres u áreas de la Fundación para obtener una “recompensa” culminando el proceso con un mayor grado de responsabilidad y sobre todo de satisfacción personal.