Históricamente los animales han formado parte de programas terapéuticos. Los griegos daban paseos a caballo como parte de terapias para aumentar la autoestima. Los egipcios, atribuían a los animales la capacidad de curar diferentes dolencias… La historia de las personas y los animales ya nos adelantaba el éxito de programas como el que se está llevando a cabo en la Residencia de Personas con Discapacidad Psíquica de la Fundación.
En 1669, John Locke defendía que la relación con los animales tenía una función socializadora. Sigmund Freud, realizaba sus consultas acompañado por su perro porque le facilitaba la comunicación con el paciente. Y en Inglaterra, en 1972 William Tuke intuyó que los animales proporcionarían aprendizaje de autocontrol y valores humanos. (*Dubreu, Serena. 2014).
Partiendo de estas premisas desde el departamento de Terapia Ocupacional, junto con el Taller de Viveros y con la implicación de todo el equipo de profesionales de la residencia, comenzaron -hace unos meses- con un programa de terapia con animales. Lo primero fue la creación de un corral con algunas gallinas y varios gallos. Algunas de ellas son razas de gallinas ornamentales, sedosas del Japón, moñudas holandesas…
Se consolidaba el proyecto -en plena pandemia- con la llegada de Blanquita y Conchi, dos cabritas con apenas algunas semanas de vida que prometían un gran bienestar para nuestros usuarios.
Planteando objetivos ambiciosos como la mejora de la motivación intrínseca, el desarrollo de hábitos de autonomía en el cuidado de los animales, trabajar la intención comunicativa y mejorar aspectos como la responsabilidad y el compromiso. Y a día de hoy podemos afirmar que ha sido todo un éxito.
Las relaciones entre los usuarios y los animales, la necesidad de horarios y rutinas buscando el bienestar de las nuevas amigas, el respeto hacia los animales y el trabajo en grupo en las diferentes tareas que requieren su cuidado, todo ello ha ayudado al convertir este programa en una actividad ocupacional significativa para ellos.